viernes, 4 de abril de 2008

MOMENTO CULTO,PARA UN DIA DE LECTURA, RECOMIENDO..

Cuentos, historietas y fábulas del siglo XVIII(Donatien, 1999) Quienes creen que el marqués de Sade no era más que un libertino que escribía historias horribles que sólo pueden gustar a otros libertinos, harían bien en leer esta obra. No es que aquí el libertinaje no tenga también su lugar, pero es diferente. Es cierto que en algunas de estas historias salen a relucir ciertos aspectos característicos que delatan a su autor, pero muchas otras podían haberlas escrito perfectamente Voltaire o Rousseau, por ejemplo. Entre las principales obras del Marqués, esta destaca por ser sin duda la más "convencional". Aquí ya no hay escenas abominables, ni largos razonamientos filosóficos que intenten justificar el libertinaje. En su lugar encontramos historias llenas de picaresca y de ingenio, o simplemente divertidas. El personaje del libertino "estándar", que tanto escasea en las otras obras de Sade, es aquí la regla. La mayor parte de los cuentos tratan sobre cornudos, curas libertinos, y demás personajes típicos de los cuentos picantes. Estas características, que para el lector convencional quizás resulten atractivas, seguramente decepcionarán un poco a quien esté acostumbrado a sus otras obras. No es que este libro resulte malo; es divertido y está bien escrito, pero no tiene la grandeza de La filosofía en el tocador o Las 120 jornadas de Sodoma. La mayoría de los cuentos son muy cortos; algunos ni si quiera llegan a ocupar una página, lo que facilita aún más su lectura y la hace más amena. Tan sólo El presidente burlado destaca por su extensión, frente a la brevedad casi lapidaria de los otros, que son más anécdotas que cuentos. En este, el marqués se ceba continuamente sobre la figura del presidente, lo ridiculiza de todas las maneras posibles y uno casi cree que no continuó escribiendo porque ya no sabía qué añadir para dejarlo a la altura del barro. Esta actitud responde, como se imaginarán todos aquellos que conozcan su vida, al odio atroz que siempre sintió por los jueces, pero muy especialmente por los de Aix, que le fueron los primeros en condenarlo públicamente. No es, sin duda, la obra más representativa del marqués ni la mejor, pero sí la más divertida y agradable. También es un complemento perfecto de las otras, porque demuestra la versatilidad y la calidad de su autor, y da al conjunto de su obra un mayor equilibrio que la hace más grande.

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